Ana Gallardo

Tembló acá un delirio

place
Centro de Arte Dos de Mayo
Avenida de la Constitución, 23 - 28931 Móstoles
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La exposición parte de un cúmulo de malestares y fantasmas que acechan a Ana Gallardo desde mucho antes de convertirse en la artista que es. Ahora bien, más que una narrativa de superación o la culminación de un proceso formal y existencial, los trabajos que componen este recorrido por varias décadas de producción rebosan pasión e inconformismo. Suponen una forma de no resignarse más potente que la mera la denuncia. En conjunto, perfilan una herida abierta donde, mediante estrategias de creación a partir de testimonios orales, dibujos y relatos a varias manos y puestas en abismo donde lo propio se confunde con lo ajeno, la artista aborda el daño causado por la violencia contra las mujeres (física, simbólica, económica, psicológica y mediática). Lo que se expone, finalmente, es la vulnerabilidad que es resultado de la muerte como técnica de civilización, la vida bajo la amenaza de desaparición de los cuerpos y la memoria de aquellas madres, hijas y abuelas incapaces de adecuarse a los rigores de las axiomáticas coloniales, patriarcales y capitalistas en España, Argentina y Centroamérica.

A contrapelo de la dimensión lineal y conclusiva de gran parte de los guiones curatoriales sobre artistas mayores de sesenta años, Tembló acá un delirio no busca descubrir obras tempranas, recuperar trabajos literalmente perdidos o trazar trayectorias cronológicas y secuencias de causas y efectos, sino que se limita a presentar la vida y obra de Ana Gallardo como un solo proyecto artístico espiralado y conjugado con las luchas por el sostenimiento de la vida. Una insistencia y una resistencia que, desde los pliegues de la novela familiar y el trabajo con géneros marcados por la división sexual del trabajo artístico —naturaleza muerta, textil, cerámica y cartografía íntima— muestran los límites de toda experiencia subjetiva individual, la vida verdadera que no puede ser solo la propia, forzando un afuera del arte no como carrera sino como tecnología de aprendizaje mutuo, espacio de libertad y sociabilidad no mediada por las instituciones y el mercado.

Gracias a la participación de un elenco de voces que forman una familia que no se agota en los lazos sanguíneos, el trabajo de Gallardo puede trasladarse a geografías e historias distintas a las trazadas en los saltos transatlánticos de su biografía. No en vano, la línea de la vida de la artista y la primera persona se traducen y componen con otras historias, perfilando una zona de convivialidad desde donde se exige revancha por los efectos de la pedagogía de crueldad y subalternización aplicada por motivos de raza, sexo, edad, clase y otras formas de represión contra, en general, el derecho de aparecer en público.

Después de sumar compañeras en el camino de aprender a envejecer en espacios de pertenencia donde el arte era un vehículo de sumar relatos y relaciones y experimentar con aquello que la reproducción social había inhibido, las políticas postmorten le dan un marco a este recorrido. Lejos de como cierto psicoanálisis circunscribe el duelo a un lapso de tiempo tras el trauma, la pérdida en el caso de Ana Gallardo es una aflicción que necesita ser puesta en común y elaborada a lo largo de una vida. La pregunta sobre qué hacer con la sensación de vulnerabilidad, así, no conduce a producir más miedo, odio o violencia, sino a salirse del surco y en busca de formas de atención y comunicación más sinceras, incluso con los muertos después de muertos —como aquellas que como madre de la artista fallecieron de forma y prematura—.

Esto supone una forma de reparar la distribución desigual de las formas oficiales de sentimiento, quién dicta quién es la víctima y quién merece ser duelada. Pero también una forma de seguir adelante con el problema y tomar conciencia de los pesares que complementan la alegría de poder hacer lo que una quiere. Según las escuelas filosóficas helenistas, la preparación para la muerte supone un trabajo sobre sí misma que, inevitablemente, pasa por la complicidad y colaboración de otras. Esto es lo que siempre ha caracterizado a Ana Gallardo: exponerse desde una posición de precariedad y dependencia, como parte de un proceso que es terapéutico en la medida que habilita devenires. La artista, así considerada, opera como un medio para acortar distancias y abrir posibles.

Ana Gallardo es una artista política. Desde este posicionamiento, disputa los sentidos ortodoxos de esa categoría en el arte contemporáneo. Su obra se acerca de manera temprana a reflexiones que, en la actualidad, se insertan en los feminismos y las teorías de género. Obras hechas con casi nada o con todo lo que está alrededor: su producción se manifiesta en diversos soportes, frágiles e inestables que potencian la práctica y la identidad de la artista. Sus obras están atravesadas por historias personales, propias y ajenas, siempre movidas por deseos, intentos de transitar estados de ánimo y visibilización de violencias estructurales. La artista trabaja sobre las emociones no hegemónicas y antiproductivas de la sociedad capitalista. Los temas que aborda son la familia, el trabajo, la vejez, el sistema del arte y la violencia contra las mujeres.

Exposición comisariada por Alfredo Aracil (A Coruña, 1984), Master en Historia del arte contemporáneo y cultura visual por la Universidad Autónoma de Madrid y el Museo Reina Sofía; y Violeta Janeiro Alfageme (Vigo, 1982), Doctoranda por la Universidad de Santiago de Compostela con la tesis Interferencias, una memoria que sigue viva pero no lo sabíamos, un proyecto de largo aliento sobre los procesos de politización de la propia subjetividad en una generación de mujeres artistas, entendidas como sujetos subalternos, que desarrollaron una sensibilidad artística en años de represión y cerrazón.